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Wendy Guevara estaba atormentada de temor cuando su hijo viajó a pie y por autobús desde Honduras, su patria, para reunirse con ella en Newark, N.J. Su mente estaba consumida de los peligros que él se iba a enfrentar en su viaje al Rio Grande.
Su hijo, Marvin, estaba listo para cruzar a Estados Unidos, cerca de la ciudad fronteriza de Piedras Negras. El viajaba en un camino similar al que su hermano, Edwin Giovanni Guevara, había atentado hace ocho años. Pero su hermano nunca terminó su viaje. El se desapareció, y sus restos no los han encontrado.
“Mi hijo se podría perder,”dijo señora Guevara, 42, acordándose de sus ansiedades. “Yo no sabía si iba hablar con él otra vez.”
Finalmente, Marvin llegó bien. Sin embargo, la señora Guevara sigue angustiada por no saber lo que le pasó a su hermano. Es una pérdida sin razón y sin cierre que agoniza los seres queridos de miles de inmigrantes que se han desparecido en ruta a sus nuevas vidas en Estados Unidos. Expertos dicen que el gobierno estadounidense ha aumentado las guardias fronterizas y barreras en la frontera de casi 2,000 millas, algo que ha resultado en empujar a los migrantes a terrenos más aislados y más peligrosos. Mientras que las entradas ilegales se intensifican, hay el temor que los números de inmigrantes que desaparecen van a subir. Para muchas familias, el dolor se empeora cuando extorsionistas se aprovechan de ellos, pidiéndoles dinero en intercambio por sus familiares desaparecidos—una promesa que es pocas veces cumplida.
“Ellos no van a parar de cruzar la frontera,” dijo Agnès Callamard, investigadora prominente sobre el tema de las muertes de inmigrantes y directora del proyecto “Global Freedom of Expression” en Columbia University. “Normalmente se van a mover a puntos más peligrosos. Esto podría incrementar las posibilidades para desapariciones o muertes.”
Desde 1998 hasta 2018, la patrulla fronteriza de Estados Unidos ha documentado más de 7,505 muertes en la frontera del sur oeste, un promedio de 357 muertes por años, casi una muerte por día. Sra. Callamard dijo que las agencias legales tienen recursos muy escasos que previenen las investigaciones de estas muertes y desapariciones.
“Si las familias deciden enviar un reporte de una persona desaparecida o una reclama de una persona desaparecida, es muy difícil porque las autoridades no le dedican atención,” dijo Sra. Callamard, quien trabaja en las Naciones Unidas, y ocupa el cargo de casos extrajudiciales relacionados de muerte y desaparecidos. Basados en los restos humanos que han encontrado, los expertos dicen que es muy difícil encontrar la causa de muerte.
En una noche reciente en Corona, Queens, más o menos 60 personas se juntaron en un cuarto en un centro comunitario para recordar a todos los que han muerto o desaparecido en la frontera. Fotos de migrantes estaban desplegadas en las mesas, y un señor tocaba su guitarra.
Al fin del vigilia, la audiencia se levantó de pie, sosteniendo las fotografías de los muertos y los desaparecidos. Al mismo tiempo, un organizador comunitario Ecuatoriano leyó los nombres. Maritza Jacqueline Punin fue uno de los nombres anunciados.
“Presente!” respondió la audiencia para incluir a todos los que estaban ausentes.
Jacqueline Punin, de Gualaceo, Ecuador, cruzó la frontera con la esperanza de enviar dinero a sus dos hijas en casa. Su hermana, Andrea Punin, se comunicaba con ella a través de Facebook mientras que Jacqueline caminaba a Arizona.
“Cuando sales para la frontera?”Andrea Punin preguntó en su mensaje el 2 de Mayo, 2012.
“Mañana a las 9,” contestó su hermana.
Ella preguntó a Andrea Punin que cuidara a sus dos hijas. “Okey, ba, bay, besitos,” Jacqueline Punin le escribió a su hermana.
Esta fue la última conversación que tuvieron las dos hermanas.
“Yo nunca borré estos mensajes,” dijo Andrea Punin, 37, mientras que los leyó otra vez en su celular. “Siempre sueño con ella. En los buenos tiempos y en los malos tiempos, allí estamos en nuestros sueños, compartiendo momentos juntas.”
Jacqueline Punin llegó a Arizona, cerca del pueblo fronterizo de Nogales. En septiembre 2012, las autoridades descubrieron sus restos humanos en Nogales. Los restos no fueron confirmados como los de Jacqueline Punin hasta seis años después de su desaparición, a través de ADN. La familia Punin recibió un reporte post mortem de las oficinas médicas del condado de Santa Cruz, Arizona. “Se recibió un cráneo humano en una bolsa de color café,” el reporte decía en español.
Este año, su papá, Edilson Punin, 61, recogió los restos incinerados y los trajo a Long Island, donde ahora vive la familia. “Yo toqué las cenizas,”dijo él, “porque yo quería sostenerla otra vez.”
La familia dijo que sentían, ahora, más armonía con el caso de Jacqueline. “Siento una paz en poder dejarla en la tumba donde puede finalmente descansar,” su mamá, Maria Punin, 52, dijo, sus palabras amortiguadas por sus propios sollozos.
Algunas familias se volvieron impacientes con las autoridades, y comenzaron sus propias investigaciones. Para Karen Flores, su pena y enfado la empujó a buscar a su madre desaparecida.
Ella tenía 19 años cuando su mamá, Nancy Lucia Ganoza Córdova, desapareció en octubre 2009 cuando intentó cruzar el desierto de Arizona a pie.
Karen Flores ahora tiene 29 años, y su hermana, Jhoana Flores tiene 28. Dejaron Perú para migrar a los Estados Unidos en 2004. Su mamá tuvo que encontrar otra ruta al norte después que tuvo problemas entrando legalmente a Estados Unidos.
Karen Flores y su papá, frustrados por la investigación casi inexistente, comenzaron a buscar a la Sra. Córdova en los pueblos mexicanos por los que ella podría haber pasado. Karen Flores imprimió pósters con su número de teléfono y con el retrato de su mamá, repartiendo los a cualquier persona.
Ella comenzó a recibir llamadas por teléfono. “Aquí tengo a tú mamá, aquí está,” Karen Flores dijo que decían las llamadas anónimas. “Si me mandas $5000,00 dólares, te puedo regresar a tú mamá.” Las llamadas de extorsión, al comienzo, le dieron esperanzas falsas. Pero pronto, las paró de contestar.
En diciembre 2017, una llamada del Centro Colibrí de Derechos Humanos, una organización que ayuda a las familias que tienen familiares desaparecidos, paró la investigación de la familia Flores. El ADN de la familia tuvo una conexión con unos restos humanos encontrados en un pueblo pequeño ubicado a 40 millas de la frontera, dijo Karen Flores. Sólo un cráneo quedaba. Estaba en las oficinas médicas forenses por seis años.
Ahora, sentada en su casa en el norte de Nueva Jersey, en el suburbio de Bloomfield, Karen Flores explicó cómo sus emociones se desarrollaron durante estos años de espera. Cuando pasaron los meses sin ninguna palabra de su mamá, ella se retiró día tras día a su dormitorio de su universidad. No quería hablar con nadie.
“Yo me di cuenta que tenía problemas asociados con abandono,” dijo ella. “Yo tenía depresión. Tenía inseguridades.” Su voz disminuyó y sus ojos se llenaron de lágrimas. “Me di cuenta que todas estas emociones estaban asociadas con mi mamá.”
Las hermanas dijeron que sus vidas ahora son más tolerables.
“Sabemos que ella está descansando en paz,” Jhoana Flores dijo. “Ahora podemos seguir viviendo. Verdad, Karen?”
“Sí,” Karen Flores respondió. “Me siento más viva que antes.”
Ellas tienen las fotos de su mamá guardadas fuera de vista. Mirando la cara de su madre, hasta un vistazo, les causa dolor.
En una noche reciente, gris y de lluvia, ellas sacaron las fotos de un maletín café y las pusieron en la mesa de la cocina. En una foto, las hermanas—más jóvenes en la imagen—vestidas en uniformes escolares, se acercan a su mamá.
“Lo siento mucho no haber hablado más con ella,” Karen Flores dijo. “Era mi mejor amiga.”
Las hermanas no saben cómo murió su mamá, y muy posiblemente nunca lo van a saber. Ellas solamente pueden llenar el vacío de especulación.
“Cuando uno ve esas fotos de gente muerte en una masacre,” Jhoana Flores dijo, mirando a su hermana, “éramos como, ‘Ay dios mío. Puede ser ella.’ ”
“Cualquier cosa le hubiera podido pasar a ella,” respondió Karen Flores. “Yo no se si uno de esos coyotes se aprovechó de ella o algo.”
En todas las fotos en la mesa, las hermanas podían ver sus vidas y sus momentos compartidos con su mamá. Había fotos de la madre con sus amigas, y en la playa, con la arena negra y el océano en el horizonte. (También había una lista llamada “Nancy Facts,” explicando dedicación de Sra. Córdova a su trabajo y sus esperanza constante.)
Karen Flores ayudó a su hermana a juntar las fotos. Sus ojos todavía estaban llorosos y inflamados de las lágrimas, mientras que les dio un último vistazo. Karen Flores dio una pausa cuando reconoció la cara de su hermana, parada ahora en la sala, en la cara de su mamá de las fotos. Después, las dos recogieron los retratos juntas y los guardaron de regreso en el maletín.